Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo un gran impulso, cuando los soldados de ambos bandos bebían refrescos de cola para levantar la moral. La mejora en la capacidad de distribución de los fabricantes hizo que, al terminar el conflicto, el consumo se extendiera a numerosos países.
Las distintas empresas continuaron innovando en los procesos de fabricación y en la combinación de ingredientes: añadiendo o no anhídrido carbónico, azúcares, zumo de frutas, vitaminas, minerales, etc.
En los años 50, destacó espacialmente la gaseosa, que se convirtió en un producto estrella en España. Había fabricantes en cada provincia, hasta llegar a registrarse más 5.000 productores de bebidas gaseosas.
En los años 60, el interés por el cuidado personal y por mantener la línea llevó al conjunto de la industria alimentaria a investigar nuevas fórmulas. Las bebidas refrescantes fueron pioneras al conseguir un buen sabor sin apenas calorías al sustituir el azúcar por edulcorantes.
La evolución en los gustos también dio lugar a que los distintos fabricantes aumentaran la oferta de bebidas no carbonatadas, los populares refrescos sin gas de distintos sabores. Aunque el gran crecimiento de estas bebidas se produjo en las últimas décadas del siglo XX, el primer refresco sin burbujas es del año 1936 y tiene origen español. Su creador fue el Dr. Trigo, un farmacéutico que utilizó tres variedades de naranja valenciana para su elaboración.
También llegaron con fuerza al mercado español sabores más amargos, el bitter y la tónica, que ya eran muy consumidos en otros países. Las bebidas para deportistas, las bebidas refrescantes de té o las bebidas energéticas, entre otras, siguieron aumentando la oferta.
La diversificación se extendió a los envases y se empezaron a utilizar distintos materiales: además del vidrio, llegaron las latas, el plástico PET, en envases de diversos tamaños para facilitar el consumo en distintos lugares y situaciones.